En
invierno trabajo en las inmediaciones de La Avenida del Martirio, en
su confluencia con La Calle de Las Angustias y El Pasaje de Las
Miserias. Yo resido en El Callejón de Sal Si Puedes, que está
protegido de los vientos, y tiene al fondo unas amplias y bajas
balconadas que me amparan de los cambios de temperatura. Como para
llegar hasta él hay que pasar por la Cuesta de Rómpete
El Alma, vivo en la más absoluta tranquilidad, sin la
presencia de los desagradables merodeadores nucturnos. También
me pilla cerca del trabajo, soy el primero en aparecer por la mañana,
con mis pañuelos de celulosa, para venderlos -al módico
precio de un euro el paquete de diez- a los conductores, cuando
detienen sus vehículos en los semáforos de la zona.
Aprovecho las primeras horas de la mañana, porque es cuando se
forman los atascos y los vehículos se detienen más de
la cuenta; los conductores están algo nerviosos, pues temen
llegar con demora a sus destinos, así que me compran los
pañuelos con el único objeto de que les deje tranquilos
y no les provoque mayor inquietud. Me saco unas pelas, que me dan
para la comida, el tabaco y unas botellas de vino rioja -debo
conformarme con el cosechero- que adquiero en oferta a 1,10 € en el
Carrefour de la Calle de La Pesadumbre -también me saco un
extra con el trapicheo, pero esto lo negaré en público-.
Tengo un par de clientes -clientas, diré mejor- que me tratan
con suma amabilidad, incluso me han invitado a sus casas, pero me he
negado en rotundo, ya se sabe: "donde ganes el cocido, lo demás
para el olvido". Bueno, el caso es que así trancurren mis
inviernos.
En
verano es otro el cantar; porque me dedico al alquiler de hamacas a
los turistas en la playa. Y como, gracias a la benignidad del tiempo,
el estío se alarga durante casi todo el año -para
reposar tan sólo un par de meses en invierno y volver con
renovadas fuerzas ya antes de su crepúsculo, a darle la
bienvenida a la primavera-, me cunde muchísimo. No es que me
saque un pastón con estos menesteres, la vida está mu
achuchá y los guiris no gastan mucho en tumbonas, se nota la
crisis, pero aún así obtengo luengos beneficios; y
además las damas más maduritas, a las que atiendo con
mi encanto natural, untándoles la crema protectora solar y
contándoles historias de la flora y fauna local, con cierta
dosis de intriga y por supuesto, inventadas, me tienen en gran estima
y me invitan al hotel con bastante asiduidad, por lo que participo en
sus fiestas y saraos, tomándome las copas a su salud. Yo les
enseño la vida nocturna, como experto cicerone, y ello me
reporta unos ingresos extra.
Los
jueves por la noche, los reservo para mí, los dedico a la
escritura. Ya voy por la página 2.123 de mi libro, que trata
sobre el juego del mus, "La importancia del 7 en las 31",
que de seguro se convertirá en un best seller; tendrá
un éxito sin precedentes.
La
Playa de Los Suspiros es un arenal de unos seis kilómetros de
litoral y unos doscientos metros de gigantescas dunas, que separan la
mar de la zona urbanizada. Un lugar eminentemente turístico.
La Avenida del Tumulto, que baja directamente desde la autopista, es
la que da acceso a la rotonda que rodea la Plaza del Cadáver,
desde la que se llega al aparcamiento de la playa y las demás
calles de la población. La primera desviación a la
derecha, llegando a la rotonda desde la avenida, es una callejuela
peatonal llamada La Pista del Compungido; y en ella, en los bajos del
cuarto edificio a la izquierda, se halla la Cervecería Equión,
lugar de reunión por antonomasia del mundillo literario y
bohemio de la comarca. Ni qué decir tiene que es el lugar que
he elegido como centro de operaciones.
Entre
los asiduos a la tertulia se encuentran el Profesor Quintaesencia, el
Doctor Ampollas, Don José Casquete, Luis el Pringaíllo,
Teresa Lamour, Ágatha Castro de Alaya y Pérez de
Rimbombante, yo mismo y Caín el Bizarro -curioso personaje,
éste-, entre otros. La cervecería tiene también
una sala de juegos, donde se forman timbas que en ocasiones duran una
eternidad. En una de esas timbas, hago mis pinitos con el mus.
Abelardo el Aireao es mi pareja en el juego. La música -por
supuesto, en vivo- corre a cargo del grupo vernáculo La
Miscelánea y Jijó Llas Ban.
Pues
bien, toda esta vida mía, acaba de romperse. He conocido a
Vanessa La Implacable. La más hermosa mujer que jamás
haya existido. De una belleza atávica y eterna, un sol
deslumbrante que apaga todo aquello que le rodea con su fulgor. Verla
aparecer es hacerse el silencio, todas las miradas puestas en ella,
expectantes y admiradas; la primera impresión te ciega, como
si salieses a la luz tras un año encerrado en la más
completa oscuridad, y la segunda te abstrae del mundo, porque solo
existe ella.
Pues
Vanessa la Implacable se fijó en mí, dejó por
una milésima de segundo que su mirada altiva y penetrante se
posase en mí. Entró en Equión, en la hora punta,
todos supimos de su llegada y todos dejamos de hacer lo que estábamos
haciendo para contemplarla; un suspiro de admiración barrió
el local. Y ella entonces, me miró e hizo un gesto apenas
perceptible como indicándome que la siguiera, sentí la
envidia refugiándose en el corazón de los presentes.
Evidentemente
la seguí, me habría ido con ella a los mismísimos
infiernos... Y esto mismo creo que es lo que está sucediendo,
porque siguiendo su estela me estoy adentrando en un espacio más
allá de lo terrenal, una sensación onírica me
invade y las imágenes se difuminan ante mí, mostrándome
lugares encantados y seres grotescos que van mucho más allá
de mi capacidad de comprensión... Yo la sigo y que sea lo que
dios, o el diablo, quiera...