viernes, 20 de julio de 2012

Algunos apuntes



En invierno trabajo en las inmediaciones de La Avenida del Martirio, en su confluencia con La Calle de Las Angustias y El Pasaje de Las Miserias. Yo resido en El Callejón de Sal Si Puedes, que está protegido de los vientos, y tiene al fondo unas amplias y bajas balconadas que me amparan de los cambios de temperatura. Como para llegar hasta él hay que pasar por la Cuesta de Rómpete El Alma, vivo en la más absoluta tranquilidad, sin la presencia de los desagradables merodeadores nucturnos. También me pilla cerca del trabajo, soy el primero en aparecer por la mañana, con mis pañuelos de celulosa, para venderlos -al módico precio de un euro el paquete de diez- a los conductores, cuando detienen sus vehículos en los semáforos de la zona. Aprovecho las primeras horas de la mañana, porque es cuando se forman los atascos y los vehículos se detienen más de la cuenta; los conductores están algo nerviosos, pues temen llegar con demora a sus destinos, así que me compran los pañuelos con el único objeto de que les deje tranquilos y no les provoque mayor inquietud. Me saco unas pelas, que me dan para la comida, el tabaco y unas botellas de vino rioja -debo conformarme con el cosechero- que adquiero en oferta a 1,10 € en el Carrefour de la Calle de La Pesadumbre -también me saco un extra con el trapicheo, pero esto lo negaré en público-. Tengo un par de clientes -clientas, diré mejor- que me tratan con suma amabilidad, incluso me han invitado a sus casas, pero me he negado en rotundo, ya se sabe: "donde ganes el cocido, lo demás para el olvido". Bueno, el caso es que así trancurren mis inviernos.
En verano es otro el cantar; porque me dedico al alquiler de hamacas a los turistas en la playa. Y como, gracias a la benignidad del tiempo, el estío se alarga durante casi todo el año -para reposar tan sólo un par de meses en invierno y volver con renovadas fuerzas ya antes de su crepúsculo, a darle la bienvenida a la primavera-, me cunde muchísimo. No es que me saque un pastón con estos menesteres, la vida está mu achuchá y los guiris no gastan mucho en tumbonas, se nota la crisis, pero aún así obtengo luengos beneficios; y además las damas más maduritas, a las que atiendo con mi encanto natural, untándoles la crema protectora solar y contándoles historias de la flora y fauna local, con cierta dosis de intriga y por supuesto, inventadas, me tienen en gran estima y me invitan al hotel con bastante asiduidad, por lo que participo en sus fiestas y saraos, tomándome las copas a su salud. Yo les enseño la vida nocturna, como experto cicerone, y ello me reporta unos ingresos extra.
Los jueves por la noche, los reservo para mí, los dedico a la escritura. Ya voy por la página 2.123 de mi libro, que trata sobre el juego del mus, "La importancia del 7 en las 31", que de seguro se convertirá en un best seller; tendrá un éxito sin precedentes.
La Playa de Los Suspiros es un arenal de unos seis kilómetros de litoral y unos doscientos metros de gigantescas dunas, que separan la mar de la zona urbanizada. Un lugar eminentemente turístico. La Avenida del Tumulto, que baja directamente desde la autopista, es la que da acceso a la rotonda que rodea la Plaza del Cadáver, desde la que se llega al aparcamiento de la playa y las demás calles de la población. La primera desviación a la derecha, llegando a la rotonda desde la avenida, es una callejuela peatonal llamada La Pista del Compungido; y en ella, en los bajos del cuarto edificio a la izquierda, se halla la Cervecería Equión, lugar de reunión por antonomasia del mundillo literario y bohemio de la comarca. Ni qué decir tiene que es el lugar que he elegido como centro de operaciones.
Entre los asiduos a la tertulia se encuentran el Profesor Quintaesencia, el Doctor Ampollas, Don José Casquete, Luis el Pringaíllo, Teresa Lamour, Ágatha Castro de Alaya y Pérez de Rimbombante, yo mismo y Caín el Bizarro -curioso personaje, éste-, entre otros. La cervecería tiene también una sala de juegos, donde se forman timbas que en ocasiones duran una eternidad. En una de esas timbas, hago mis pinitos con el mus. Abelardo el Aireao es mi pareja en el juego. La música -por supuesto, en vivo- corre a cargo del grupo vernáculo La Miscelánea y Jijó Llas Ban.
Pues bien, toda esta vida mía, acaba de romperse. He conocido a Vanessa La Implacable. La más hermosa mujer que jamás haya existido. De una belleza atávica y eterna, un sol deslumbrante que apaga todo aquello que le rodea con su fulgor. Verla aparecer es hacerse el silencio, todas las miradas puestas en ella, expectantes y admiradas; la primera impresión te ciega, como si salieses a la luz tras un año encerrado en la más completa oscuridad, y la segunda te abstrae del mundo, porque solo existe ella.
Pues Vanessa la Implacable se fijó en mí, dejó por una milésima de segundo que su mirada altiva y penetrante se posase en mí. Entró en Equión, en la hora punta, todos supimos de su llegada y todos dejamos de hacer lo que estábamos haciendo para contemplarla; un suspiro de admiración barrió el local. Y ella entonces, me miró e hizo un gesto apenas perceptible como indicándome que la siguiera, sentí la envidia refugiándose en el corazón de los presentes.
Evidentemente la seguí, me habría ido con ella a los mismísimos infiernos... Y esto mismo creo que es lo que está sucediendo, porque siguiendo su estela me estoy adentrando en un espacio más allá de lo terrenal, una sensación onírica me invade y las imágenes se difuminan ante mí, mostrándome lugares encantados y seres grotescos que van mucho más allá de mi capacidad de comprensión... Yo la sigo y que sea lo que dios, o el diablo, quiera...