Niño
Despierta
el niño al sonido
que
produce el sonajero;
unos
ojos que le miran
y
una caricia al cabello,
tras
la sonrisa sincera
de
alegría del abuelo,
le
indican que en este mundo
dispondrá
por un momento
de
un límpido y puro amor
más
grande que el universo.
“No
están tus padres, chiquillo,
descansan
entre los muertos;
pues
la guerra fratricida
se
los llevó con su hierro.
Cuando
llegue la amargura,
no
le queda mucho tiempo
porque
yo también me iré,
Niño
del oro
con
agua tintada en sangre.
Naciste
en la tierra fértil
donde
el pueblo pasa hambre,
y
te entregó la fortuna
la
suerte de tus iguales.
Te
hizo el frívolo destino
esclavo
de los infames.
La
avaricia de occidente
al
ver tu ubérrimo valle
sembró
la cizaña en él,
se
enriqueció condenándote.
y
el enemigo, tu hermano,
hirió
tu cuerpo de infante.
Brilla
el oro en las entrañas
de
la patria de tus padres;
y
a ti te quedó un muñón
en
pago a los miserables.
Niña
Suena
en la noche un gemido
implorándole
a la vida,
rompe
el silencio en un ruego
impregnado
de agonía
la
chiquilla sin su himen.
Pues,
con la conciencia limpia,
en
el Asia angelical,
donde
es la suerte asesina,
cede
un padre al occidente
las
virtudes de su niña.
Por
unas piezas de cobre
la
desnuda de amatista,
ajeno
a la perversión
del
ansia de un alma indigna.
La
riqueza en los aromas
se
pudre con la inmundicia
de
quien vende la pureza
en
la paupérrima India.
Lágrimas
de niño
Acuna
en un carrito a la muñeca
la
pequeña en el patio del colegio,
con
mimo le coloca la rebeca
creando
de esta suerte el sortilegio.
El
niño que a su vera tira un dado
para
darle en la tierra la patada
la
mira de reojo, consternado,
porque
evoca a su madre en la alborada:
“Abrígate,
chiquillo, que hace frío,
no
salgas sin tomarte el desayuno...”.
Y
piensa: “adiós, mamá”, y llora el crío,
perdidos
sus recuerdos, ya ninguno.
Sigue
el juego, le llega la pelota,
la
patea con ansia y con pericia...
Ya
nunca más tendrá, su vida rota,
en
el alba, el amor de la caricia.