Dedicadme, Nereidas, que, al amparo
de Peneo, nadais con la soltura
de los peces en gotas de amargura,
vuestro plácido himno sin reparo,
vuestro cándido verso. Y sea el descaro
de sonrisas el curso en la espesura
del Olimpo que aplaque con ternura
el estruendo impertérrito y avaro
de la égida; y múdese el destino
ante el grácil mohín de la caricia.
Y miradme en los ojos que gobierno
para así evitar el desatino
de luchar contra el dios de la injusticia
y morir en los brazos de lo eterno.
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