Eres tú, odio,
un fugaz pasatiempo de los dioses
y el amargo nutriente de los hombres.
Eres, siendo pasión, absceso incómodo
y pústula de vida;
impúdico sustento de civilizaciones;
sórdido y seductor como las flores
del acónito; destello de ira
entre las sombras del crepúsculo;
quimérico delirio sempiterno
que destuyes y creas los imperios;
y el más pérfido, tétrico y oscuro
pensamiento de la conciencia.
Dime entonces ¿por qué te ufanas
y sostienes -como las jarcias-
los cabos que permiten a las velas
de la inquina ceñirse al viento frío
adrizando tu casco ante las olas?.
Singlas a sotavento en la derrota;
¿no será que tu rumbo lo dicta el enemigo?
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