lunes, 7 de mayo de 2012

La carta


Tras leerla, coloqué la carta sobre el cenicero, encendí el mechero y dejé que ardiera -me gustó el aroma, a fuego de hogar-. La pavesa levantó el vuelo y se sostuvo unos segundos en el aire, desafiando la gravedad. La hoja se encogió apenas perceptiblemente, como queriendo abrazar los restos que se le escapaban. Creció la llama y vertiginosamente consumió la inmaculada página, dejando sólo favila. Una esquina del folio resistió el embate, un triangulillo de pocos milímetros que se aferraba a la grisácea ceniza. El aroma siguió invadiendo la estancia, grato aroma a papel quemado. Con un dedo rocé levemente los restos, la ceniza se esparció, y entre el gris pizarra un trocito apenas perceptible de blanco impoluto quedó como vestigio de lo que fue y ya no era.

No hay comentarios:

Publicar un comentario