viernes, 31 de agosto de 2012

La última singladura



Recuerdo una tarde de verano, en la playa, paseando por la orilla y la marea baja. Me tropecé con un hombre mayor, miraba los restos apenas perceptibles de la madera del casco de una barcaza. Era una madera oscura, casi negra, semienterrada en la arena, apenas se distinguía del fondo de matices rocosos. Y pensé: "He ahí un anciano capitán despidiéndose del esqueleto de su bergantín, hundido por piratas tras una cruenta y desigual batalla...” Pero al final sólo me quedaron estos versos:

Regresas navegando, barquichuelo,
desde la mar azul de mil matices,
a la cercana costa, para el duelo
y a tu casco curar las cicatrices.

Descansa, bergantín, ven y descansa,
reponte de la larga travesía,
acude a fondear en agua mansa,
acércate y reposa en la bahía.

Sanarán tus heridas del combate,
pero sabes que acaban ya tus días;
dejaste de las olas el embate
y en tus velas va escrita tu osadía.

Es tu fin, marinero, es tu condena.
Recogen lentamente tu estandarte,
para dejar tus restos en la arena.
Has cumplido y es hora de olvidarte.

Y al anciano que mira tu esqueleto
e hipotecó contigo sus venturas,
el corazón de orgullo bien repleto
le queda al recordar tus singladuras.

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