viernes, 7 de diciembre de 2012

Alegorías


Frío amanecer (alegoría de la ausencia)

La alborada, surgiendo entre la hierba,
deja escarcha en los húmedos tejados
que amanecen de amores olvidados
con una risa franca, sin reservas.

Despierta la pasión, ferviente vida,
con su caricia lícita de hielo
que en paradoja tórrida ante el cielo
congela los instintos, luz fingida

que se oculta entre sombras de alborozo
-ansiado ayer-, que evoca su desnudo
sin la orla algodonosa como escudo,
que yace escrita en páginas de gozo

y es lúgubre sendero de un camino
ajeno a las señales del destino.

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Desierto (alegoría de una mujer)

Páramo agreste, ávido de jugo,
morada de alimañas y de insectos,
ocultas en la noche tus defectos,
mantienes en la sed forzoso yugo.

En tu inmenso caudal de tierra herida
merodean reptiles y serpientes,
solitarios arbustos penitentes,
matorrales sin flor, por toda vida.

Ese sol implacable en su derrota
calienta los guijarros; su furor
convierte los latidos en dolor,
llegando a maldecir por una gota.

Desierto de mentiras y zalemas
no calientas los cuerpos, tú los quemas.

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Pupitre (alegoría de una anciana maestra)

En silencio unas lágrimas, salitre
áspero, se deslizan por la piel,
que cubre el rostro anciano, hasta el papel
que reposa trivial sobre el pupitre,

regalo de los tiempos, cuyo canto,
alzado unos milímetros, obtuso,
guarda restos, aislados por el uso,
del anclado pretérito y del llanto.

Su cuerpo es el lenguaje del olvido
redactado en palabras infinitas;
su perfume, el aroma de la flor

que perdura silente junto al nido
donde nacen las letras manuscritas
sobre viejos renglones de dolor.




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