Frío amanecer (alegoría de la ausencia)
deja
escarcha en los húmedos tejados
que
amanecen de amores olvidados
con
una risa franca, sin reservas.
Despierta
la pasión, ferviente vida,
con
su caricia lícita de hielo
que
en paradoja tórrida ante el cielo
congela
los instintos, luz fingida
que
se oculta entre sombras de alborozo
-ansiado
ayer-, que evoca su desnudo
sin
la orla algodonosa como escudo,
que
yace escrita en páginas de gozo
y
es lúgubre sendero de un camino
ajeno
a las señales del destino.
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Desierto (alegoría de una mujer)
Páramo
agreste, ávido de jugo,
ocultas
en la noche tus defectos,
mantienes
en la sed forzoso yugo.
En
tu inmenso caudal de tierra herida
merodean
reptiles y serpientes,
solitarios
arbustos penitentes,
matorrales
sin flor, por toda vida.
Ese
sol implacable en su derrota
calienta
los guijarros; su furor
convierte
los latidos en dolor,
llegando
a maldecir por una gota.
Desierto
de mentiras y zalemas
no
calientas los cuerpos, tú los quemas.
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Pupitre (alegoría de una
anciana maestra)
En
silencio unas lágrimas, salitre
que
cubre el rostro anciano, hasta el papel
que
reposa trivial sobre el pupitre,
regalo
de los tiempos, cuyo canto,
alzado
unos milímetros, obtuso,
guarda
restos, aislados por el uso,
del
anclado pretérito y del llanto.
Su
cuerpo es el lenguaje del olvido
redactado
en palabras infinitas;
su
perfume, el aroma de la flor
que
perdura silente junto al nido
donde
nacen las letras manuscritas
sobre
viejos renglones de dolor.
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