Un viento frío anunció su presencia. Y, al sentirlo, todos miramos. Él también. Fijó la vista en la entrada, expectante. El tiempo se detuvo, y los pocos segundos que tardó en entrar se convirtieron de repente en horas. Horas de intranquila y angustiosa espera. Nosotros la presentimos, pero sólo él la vio. Y mientras la miraba, cesó la cadenciosa secuencia de su latido. Cuando el aire amainó, supimos que ella se había ido y no partía sola en ese viaje.
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