lunes, 4 de febrero de 2013

El Barrio


El bullicio agitado en la barriada,
augurio del cercano amanecer,
arrebata unos sueños de mujer.
El torrente fugaz de la alborada

dilapida la luz de las estrellas
y, silente, trasforma los estores
de la noche en múltiples colores
que despiertan de amor a las doncellas.

Desperezadamente sale el sol
a calentar los áticos yacientes,
a revivir los cuerpos complacientes,
que, como marionetas de guiñol,

se afanan en el vaho del crepúsculo.
Adquiere la conciencia sus sentidos,
en un fragor vibrante de sonidos,
en donde la ciudad tiene su músculo.

Los goznes y bisagras se deslizan
al compás del portón del disparate,
zurcidas a un bruñido escaparate,
cuando miles de muertos analizan

el fogoso danzar de una figura
ataviada con rombos de arlequín,
ajeno a la urbe, fiel a su fortín,
que muda su rutina en aventura.

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