Tienes, Señor, que la ansiedad me curas,
un interés sublime, Jesús mío,
en darle libertad a mi albedrío
y en soltarle al amor las ataduras.
Tienen tanto candor las almas puras
como tanta virtud contiene el río
que traslada las vidas desde el frío
al eterno confín de las venturas.
Ante el Portal, mi fe se debatía
entre el dardo fugaz de cerbatana
y la llaga letal de la alegría.
Un regocijo añil de luz ufana
en los ojos celestes de María
me dijo: “¡ven, no esperes el mañana!
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