contemplando
el ardid de tus tramoyas
y
ese negro carmín de gilipollas
que
me azota nublándome la mente.
No
te muestres, maldita, indiferente,
sigilosa
caricia de migraña
amparada
al vigor de la guadaña,
cuando
poses tus ojos en los míos;
el
aliento infernal de los impíos
dibuja
en tu cintura la cizaña.
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