
Son doce años ya, toda una vida para muchos; un soplo para mí. Doce años de ausencia, que en cierto modo no ha sido tal,
porque los seres que amamos no desaparecen si siguen en el recuerdo. Doce años de íntimo dolor, doce años de
incomprensión. Parece que la lacra se rinde, ojalá sea
cierto. No volverán los que se han ido, pero su ausencia
tampoco habrá sido baldía. Perdurarán en la
memoria de los hombres cuando el odio cainita no sea más que
una mácula en la historia. No se irá el dolor -nunca lo
hará-, pero sí la tristeza, esa losa melancólica
que pesa aún como un epitafio mientras dura la existencia.
Y
crecerán nomeolvides
sobre
las extintas vidas,
ya
no habrá más heridas,
ni
amores, ni odios, ni lides.
Quizá
sea ya el momento para la alegría. Ojalá. Ojalá
lo sea.
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