Mirando el arrabal de sus miserias,
desde sus desgastadas pupilas de alabastro,
imploró las cenizas del amor.
En su gesto animal la vio tal como era;
lustrosa marquesina, brillo superficial,
el lamento segado del incipiente otoño,
los besos traicioneros de una mantis,
la fatua gallardía del anhelo fatal;
y se sintió esclavo. La pasión desbordante
surgió de las entrañas de la bestia
y se fue, orgulloso, tras la estela gris
del último crepúsculo, con el rictus amargo.
Antepuso el instinto a la razón.
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