miércoles, 19 de octubre de 2011

El sonido


La observa, reposa sobre la arenisca, el rudo y seco terreno le sirve de hogar. Ya vivía ahí antes de que él naciera. Procede de las entrañas de la tierra; brotó como el sol y se hizo luna, oro ígneo ennegrecido y pulido por el tiempo. Al tocarla se estremece, está fría. Quiere escuchar sus arcanos secretos, el sonido de unas baquetas se interpone; lo elimina; la voz grave y gutural del padre llamando a su hijo, también; la olvida. Se abstrae de su alrededor, quiere escuchar lo inmutable, y le llega el sonido; pero no es la gélida lava lo que escucha, es algo más profundo, un anhelo terriblemente acompasado; infinitas notas bruscas y unicordes, espantosamente rítmicas, se propagan a través del muro sobre el que apoya su pecho; se acompasa con ellas, el dedo anular de su mano izquierda sigue los acordes golpeando contra el muro... y le invade una repentina sensación de espanto; desaparece cuando los dedos dejan de repiquetear; pero el sonido persiste, aún con el mismo compás, se intensifica, añade más instrumentos a la melodía, se eleva y se convierte en sentimientos, en recuerdos; son sus ojos mirándole mientras la mira, es una caricia con rostro, son unos labios que besan, es un aroma que le impregna de dicha, es el sonido del amor. Los chavales alborotan a su lado, rompen el hechizo; su corazón sigue latiendo, pero ya no lo escucha.

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